ESTARÉ  DISPONIBLE PARA LO QUE NECESITÉIS.

LA GOLONDRINA HERIDA

ESTARÉ DISPONIBLE PARA LO QUE NECESITÉIS

Hace unos días me enteré que una amiga, a la que quiero muchísimo, se enfrenta a una enfermedad terminal.

Confieso que intuía que esto sucedería, aunque no esperaba que fuese tan pronto.

Me sumo al dolor de su marido, al que me une una profunda amistad desde hace muchos años, y a su hijos que, aunque les tengo menos tratados, siempre me han mostrado respeto y cariño.

No es la primera vez que me enfrento a esta situación. Quiero aliviarles su dolor, su angustia y su miedo, pero no sé cómo hacerlo.

A ti, amiga, alma hermosa, no puedo mentirte dándote falsas esperanzas, porque sabes que te queda poco tiempo.

Si me lo permites, te preguntaré ¿cómo te sientes? Lo haré mirándote a los ojos. Dispuesta a escucharte, aunque me dés más detalles de los que quisiera conocer. Lo haré sin huir, ni física ni emocionalmente. Evitaré llenar con palabras baldías el vacío de tus sagrados silencios.

Conversaré contigo sobre el final de la vida, si así lo deseas. Aliviaré tu carga si ansías aliviar el sufrimiento a tus familiares más directos.

Si no es el momento de verte, ni de compartir confidencias contigo. Si lo que precisas es el recogimiento en la intimidad familiar, te respetaré.

Me resulta doloroso y frustrante ver vuestro sufrimiento y por no poder extirparlo como quien arranca la maleza de la orilla del camino. Sin embargo, la vida me enseñó que en las situaciones irreversibles es preciso aceptar y adaptarse a la realidad.

Mis preciados amigos, os brindaré consuelo al haceros saber que siempre estaré ahí para vosotros.

 

LA GOLONDRINA HERIDA

La golondrina de reflejos metálicos, fiel y apegada a su hogar, se disponía a emigrar hasta el nido donde la esperaba su amado.

Apenas unos pasos detrás de ella, escuchó los amenazantes maullidos de un gato. Con el fin de liberarse de tan feroz enemigo, nerviosa y asustada, alzó el vuelo realizando repentinos giros. En uno de aquellos vertiginosos movimientos, se golpeó la cabeza con la rama de un árbol.

Cayó desplomada, permaneciendo inconsciente durante unos minutos.

Despertó confusa y desorientada. Incapaz de recordar nada de lo sucedido, intentó alzar el vuelo, pero el pánico se lo impidió.

Ajena a su sufrimiento, la bandada de golondrinas emprendía el viaje, desde la cúpula de la catedral, hacia tierras lejanas.

Abatida, caminó sin rumbo fijo. En su triste deambular, encontró una abeja que se deleitaba con el néctar de una flor. Se acercó en busca de ayuda, pero ésta pensando que quería devorarla, la clavó su afilado aguijón liberando todo el veneno que guardaba en su interior.

Sintió un intenso dolor. Mermadas sus fuerzas e incapaz de sostenerse sobre las patas, cayó al suelo.

Tino, entrado en años, era amante y conocedor de las propiedades curativas de las plantas. Desde antaño las recolectaba, elaborando excelentes jarabes, ungüentos y esencias destinadas a aliviar el sufrimiento del cuerpo y del alma.

En la orilla del camino vio que, derrotada y apenas sin vida, agonizaba la golondrina. Se acercó presuroso y la cogió entre sus manos en desesperado intento por salvarla. Próximo su final, el ave sufría taquicardias y tenía dificultad para respirar. Conmovido, la cobijó en su pecho, elevó sus ojos al cielo y en desesperado intento por salvarla la vida, suplicó con impotencia:

— ¿Qué debo hacer para ayudarla? ¿Cómo puedo aliviar su sufrimiento?

Enojado por sus súplicas baldías, lloró con desconsuelo.

Una voz quebró el silencio, no se sabe si proveniente del moribundo animal, o del mismo Dios del Universo:

No juzgues, ni desesperes. Honra mi destino y ¡acúname!