LA ALEGRÍA. Desde siempre he sido una persona alegre. Positiva y vital busco y rebusco, aún en las situaciones más difíciles, hasta encontrar una chispita de luz que equilibre la balanza de la vida.
No en vano, una de las personas que mejor me conoce, mi querida amiga Delia Laguillo, actual Vicepresidenta de la Sociedad Cántabra de Escritores, me define como: “una mujer que siempre ve el lado brillante de la vida y si no brilla, frota hasta que brille”.
Eso no quiere decir que no sufra ante determinadas situaciones o circunstancias. Soy extremadamente sensible y cualquier pequeño detalle que, quizás para otra persona, puede ser valorado como una nimiedad, logra elevarme hasta el cielo o hundirme en el más profundo de los abismos.
Como cualquier otro ser humano he vivido situaciones de insondable dolor y otras de profundo gozo.
La experiencia me ha enseñado a encontrar sentido a todas mis vivencias. Evolucionar es un proceso que dura toda la vida. Paso a paso, avanzo unas veces y retrocedo otras. Caigo y me levanto, de nuevo.
Aprendí a afrontar la vida, aceptando que soy responsable de mis decisiones, de mis palabras, de mis silencios, de mis actos y de la omisión de los mismos. Cada uno de los pasos que doy o no doy tienen una consecuencia. Consecuencia que he de aceptar con madurez, sin envanecerme cuando acierto, ni flagelarme cuando yerro.
Sin embargo, hay algo que me ha acompañado desde el momento de mi nacimiento: la alegría que emana de mi corazón.
Me siento afortunada por ser capaz de valorar tan bello regalo divino y por no permitir que las opiniones o los juicios yermos de las personas que viven en el resentimiento o la perpetua amargura, me coarten.
Resulta turbador comprobar como la alegría no solo no es demasiado contagiosa, sino que en ocasiones agravia al que la percibe; mientras tanto el mal humor o el enojo, son considerados como algo natural.
¿Cuántas veces se iniciado una disputa por algo con poca relevancia y se agravado hasta límites insospechados?
A pesar de la discrepancia de algunas personas grises a las que parece incomodarles la felicidad ajena, seguiré brindando mi alegría a quién quiera acogerla en su corazón.
Soy como el protagonista de mi cuento “El jilguero alegre” del libro “Relatos para despertar el corazón dormido”: un ave que canta, no para que nadie le aplauda, sino para agradecer las bendiciones con que le obsequia la vida y por la alegría: un tesoro de valor incalculable.