TITULO: OTRA MIRADA

 

Era la víspera de Reyes, Davinia permanecía ingresada en el hospital debido a un empeoramiento en la diabetes que padecía. La enfermedad le había producido una retinopatía diabética, avanzada, que le impedía distinguir con claridad al personal sanitario y no sanitario, que cada día le brindaba cuidados y cariño. Asomada a la ventana de su habitación, añoraba ver la ilusión dibujada en el rosto de los niños, esperando fervientes la llegada de Sus Majestades de Oriente, sentados en sus lujosas carrozas llenas de regalos y acompañados de pajes y camellos. Le emocionaba ver cómo les daban la bienvenida a sus hogares con sonoros aplausos.

Consciente de que no podría verles nunca más, suspiró profundamente, al tiempo que infinitas lágrimas silenciosas le resbalaban por las mejillas.

De pronto, escuchó una dulce voz a su lado izquierdo.

— ¿Por qué lloras?

Davinia, perpleja, giró la cabeza. A pesar de que su visión era borrosa, percibió lo que parecía ser una figura femenina, que se le acercaba con movimientos gráciles, dejando a su paso un suave aroma de jazmín y sándalo.

Se detuvo frente a ella, tocó las diminutas gotas con la yema de los dedos y las acercó hasta sus labios. Las paladeó, una y otra vez, en busca de su

origen.

—Son lágrimas de dolor—aseveró. ¿Cuál es el motivo de tu sufrimiento?—preguntó con notable preocupación.

La congoja que sentía le impidió responder de inmediato. Sacó del bolsillo de la bata un pañuelo de algodón, estampado de flores blancas para enjugarse el llanto, pero antes de que pudiera hacerlo, la presencia femenina colocó sus manos a modo de cuenco para recoger las lágrimas.

—Estoy perdiendo la visión—respondió Davinia, con tristeza y resignación.

—Es cierto lo que dices, pero no debes entristecerte.

— ¡Cómo no voy a angustiarme! —refirió abatida. La vista es uno de los sentidos más valiosos que posee el ser humano.

La figura femenina prosiguió exponiendo, con voz compasiva:

—Has perdido la visión en gran parte, mas no debes alarmarte. La luz de tus ojos no desaparecerá por completo—sentenció.

Tras unos segundos de silencio sagrado, prosiguió explicando:

—En la misma proporción que la visión de tus pupilas físicas aminore, acrecentará la percepción de los ojos que posee tu corazón. Verás con menos nitidez las arrugas, las canas y todas las peculiaridades que los humanos denomináis defectos. En cambio, percibirás los verdaderos atributos del alma de las personas que te rodean.

La imagen femenina le ofreció la mágica copa que cobijaba su llanto y sugirió:

—Acerca las lágrimas a tu pecho y enjúgalas con tu corazón.

Davinia las acogió en sus manos, cerró los ojos y visualizó el prodigioso ritual. Sorprendida, comprobó cómo el triste llanto, al contacto con su corazón, se transmutó en lágrimas dulces, de alegría. Vio con nitidez a sus ancestros y a

todas las personas, amigos y enemigos, que habían formado parte de su experiencia vital.

—¡Qué bellos son!— exclamó, sorprendida por la extraordinaria visión—. Cada uno brilla con luz diferente, pero todos son igualmente hermosos.

—En verdad son sublimes, pero ellos no lo saben —afirmó la presencia femenina—. Se entretienen en banalidades, observando en sus semejantes lo que la vista humana les permite ver y obviando la grandeza de su verdadero ser. Cada uno está viviendo su sueño, e irán despertando en el momento adecuado.

Davinia abrió los ojos. Un nuevo destello de luz asomó a sus pupilas. Dichosa, agradeció la enseñanza recibida: sentirse libre para elegir con qué mirada percibir el mundo: la mirada enjuiciadora de la mente  o la mirada empática e inocente del corazón.